Un mensaje del futuro en el presente: previene

La irresponsabilidad puede resumirse en pequeños alicientes que pueden resumirse en una pregunta: ¿qué tanto es tantito? Cómete otro taco (pero con extra salsa y doble fritura, para que cuente bien), después de todo casi no comes en la calle; compra los postres que sean necesarios para la reunión familiar, apenas se reúnen… unas cuantas veces al mes; ponte los audífonos a todo volumen, después de todo sólo te los pones para concentrarte en tu jornada laboral; desvélate todos los días, puedes ser más productivo y ver todas las series de Netflix antes que todos tus amigos; inhala cocaína, ¡todo mundo lo hace!; ten sexo sin protección, se nota que la otra persona es muy confiable y se puede creer en su palabra; ve a pasear sin las precauciones pertinentes en medio de una pandemia, no vale la pena entrar en pánico por una enfermedad que se ha cobrado cientos de miles de vidas a nivel mundial. Compra, come, bebe, disfruta. Siempre se puede “un poquito más”.

Como esos ejemplos hay al por mayor, puesto que con cada decisión que tomamos existe su contraparte, un riesgo que estamos o no dispuestos a tomar, de acuerdo al beneficio inmediato o futuro. Bajo esta idea, los riesgos suelen estar disfrazados de beneficios inmediatos, pequeños placeres (a veces culposos o a veces nada pequeños) que incluso nos pueden obsequiar esa sensación de inmortalidad. En México, recientemente se han etiquetado a la comida chatarra con carteles visibles contra el consumo excesivo de dichos productos, con leyendas tales como “exceso de sodio”, “exceso de calorías”, “exceso de azúcar”; sin embargo, por mucho que las advertencias adviertan de una conciencia a favor del consumidor, esto actúa como las imágenes shockeantes en las cajetillas de cigarro: una sensación de inmortalidad (o en un nivel real, de oportuna homeóstasis) acompañada del desapego de responsabilidad legal del fabricante y la publicidad.

La mente se alivia con lo típico, el “a mí eso no me pasará nunca”… por lo menos hasta que sí pasa. Pese a que el cerebro está diseñado a recordar con mayor énfasis las malas experiencias y las malas impresiones, precisamente para aprender de los errores, también se ocupa de rescatar del pasado las mejores sensaciones. No recuerdas la terrible infección de estómago que te atacó después de ir a ese puesto de tacos de dudosa procedencia, recuerdas que fueron tus favoritos y seguramente lo que te hizo daño fue otra cosa.

No obstante, el costo de la imprevención, más que la muerte es el dolor prolongado en vida, más que la ruina económica son los constantes problemas que pretenden tapar la bancarrota que puede reducirse a vivir al día, sin certeza de nada; más que la propia decepción es la angustia que se traspasa a nuestros seres queridos. Las dificultades no radican en un mal final, sino en todo lo que conduce a tal camino y todo el tiempo que eso dure. Y claro que se puede volver, si notamos a tiempo estas pequeñas licencias ilícitas, es decir, si aprendemos a prevenir antes de lamentar.

Porque, ¿a quién le gusta gastar dos veces? Tanto en el problema como en su solución, cuando en principio no tendría que existir el problema. O, ¿a quién le gusta crear un problema sólo para tener que gastar en él? Bajo este punto de vista económico, tiene menos sentido desprenderse de la solvencia en excesos y desenfreno, en vez de invertir en seguros y en productos realmente necesarios para la rutina y para el futuro. El arte de prevenir se basa en aprender a tomar decisiones y en enfocarse en dichas, con ello las distracciones serán simples obstáculos secundarios. Esto no quiere decir que se deba tener en mente la posibilidad de que algo salga mal de repente, sino de estar seguros de que será así, por mera probabilidad. Y ello no implica en despilfarrar por si acaso, es aprender a invertir para bien.

Es cierto, la vida no puede irse en prevenir cada decisión que se tome a cada segundo, porque de eso tampoco se trata la vida, e igual el destino final es el mismo, la muerte, es lo único seguro desde que nacemos. Sí, a veces es oportuno darse un par de gustos, pero que nunca pasen a ser la rutina. Muchas veces prevenir no brinda ni beneficios ni placeres inmediatos, sin embargo, es lo más cercano a lo que se puede estar del futuro desde el presente, situación que también incluye al entorno. Lo último que se espera es obligar a alguien más a pagar por errores que no son de ellos. Si no se puede hacer por uno mismo, habrá que pensar en quienes no se desea lastimar.

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