Es horrible vivir sosteniendo todo a cada segundo de la vida. Se tiene la creencia de que “quitar el dedo del renglón”, aunque sea por un momento, puede que tarde o temprano ocurra un derrumbe, una catástrofe que dará paso a lo peor que se puede imaginar aquella persona que ve problemas donde no hay. La visión de una expectativa deja de sernos útil cuando insistimos en darle una importancia que no tiene. Muchas de ellas nunca dejan de ser simples ilusiones que no se materializan tal cual en algún punto del éxito. Es común creer que todo será mucho mejor una vez lo consigamos, entonces se da demasiado peso a ese momento, al grado de pensar que no estaremos completos ni realizados hasta que aquello se cumpla por fin.
Hay poder en hacer que las cosas dejen de importar tanto. Más allá de cometer una grave negligencia, en realidad quita el peso necesario para soltar el pánico y las ilusiones, en camino a poner manos a la obra, o simplemente disfrutar sin pensar demasiado. Es comprensible que haya un deseo por mejorar en la vida y tener éxito en alguna parte de ésta, sin embargo, tampoco tendría que considerarse al punto de aplazar la propia felicidad y esperar tanto del futuro que se olvida el presente, lo que puede hacerse para mejorar día con día ese instante eterno que nunca se irá, la única certeza que va por encima del ayer y el mañana.
Todo empeora cuando nos volvemos esclavos de aquello que esperamos y que esperan de nosotros. Es decir, hay expectativas que ni siquiera son propias, pero se vuelven un recordatorio constante de lo que “deberíamos estar haciendo”: casarse, tener hijos, tener una casa y un auto, tener un trabajo formal, tener una carrera y ejercer. Todo se conduce a la formalización de un estilo de vida determinado, pero con ello también existe una limitante, y si no se desea algo de todos esos pasos, de inmediato se tiene esa creencia de que hay algo mal en una decisión que debería ser personal y no representar mayor presión que ya tiene de por sí.
Ya que la vida ocurre en este preciso instante, lo mejor es dejar de esperar el futuro como aquel ideal lejano, pero siempre mejor que el presente, por alguna razón. Derribar esa creencia posibilita pensar que la felicidad está en los detalles que pueden verse cuando se cambia la perspectiva. Todavía existe una potencial mejora, pero sin que deba pesar sobre la satisfacción actual. Esto brinda importancia al bienestar presente pero también la libertar de plantear metas en ese preciso momento y no dejarlas para cuando “todo sea mejor”, porque nunca llegará ese momento oportuno cuando todos los planetas se alineen.
Siempre existirán tristezas y alegrías coexistiendo en un mismo momento, por ello no se debe esperar al ideal de la armonía o que todo se dará tan fácil. Tal nivel de expectativa sólo generará frustración y desilusiones que dejarán una mella psicológica difícil de afrontar para superar el fracaso y continuar día a día. Soltar el estrés del perfeccionismo brinda mayor oportunidad para actuar de verdad y no sólo hacerse ideas y vivir resguardado en ellas sin notar las bendiciones del ahora y la posibilidad de actuar hoy mismo por todas las cosas que se desean.
Vivir en la expectativa es vivir esperando a que se cumplan los deseos bajo un rol pasivo. Si nos preguntamos por qué no sucede lo que queramos que suceda, es porque estamos asumiendo que todo pasará por arte de magia ante nuestros ojos, y no estamos actuando de forma activa para llegar ahí. Encima, esperamos que los demás estén en el mismo canal sin siquiera expresarlo, sin ser claros. Dejamos expectativas en los demás e insistimos demasiado en nuestra perspectiva hacia cómo es que deberían actuar los demás, al grado que tenemos un círculo vicioso de presión para otros y para nosotros, con cierto grado de decepción cuando los resultados no llegan por sí mismos.
Liberarse de esas ideas cortaría con las desilusiones, a la vez que uno puede disfrutar de relaciones más auténticas y libres de ataduras. La unión llega cuando la libertad está planteada de forma natural, por irónico que sea. La vida es de uno, este tipo de ataduras sólo están ahí si así lo deseamos. Vivir sin esperar nada no es soltar con apatía, sino tener la libertad de actuar sin miedo al fracaso o a la falta de un éxito inflexible, como si quisiéramos una calca del ideal en nuestra mente.
Finalmente, no hay modo de deshacerse de todas las expectativas, pero es saludable aprender a vivir con la propia, darle cierto nivel de importancia en el día a día y sobre todo aprender a sobrellevarla con la tolerancia a la frustración. Cuando se espera algo de alguien es necesario expresarlo y confirmar ideas mutuas, en relación a lo esperado y el esfuerzo propio para los demás. Tomar la responsabilidad y pedir ayuda si es necesario. Quizá es conveniente también preguntar si acaso hay expectativas hacia uno y empatarlas con las propias o saber rechazarlas de buena manera.
El camino no es uno y no siempre es tan claro, no es obligatorio seguir una sola forma de hacer las cosas, o de imaginar que sólo así se hacen. No tenemos que vivir estresados para cumplir nuestros deseos, ya que ese agobio suele nublar el camino real para trabajar de forma proactiva y coherente. No te sientes a esperar, mejor siente la oportunidad de actuar sin atender a precauciones imaginarias. ¡Deja de leer esto y empieza la vida que tú quieras!